
Una novela entre policial y negra que lleva de la mano a una mujer detective ninfómana. Mara Campuzano, más que investigadora profesional, es fotógrafa de un periódico antioqueño sensacionalista llamado “Quépasa”. En medio de su trabajo, descubre a un hombre muerto y, desde allí, se embarca en una red de crímenes en torno a la iglesia y a falsificaciones, que reciben una crítica oculta entre palabras.
Más allá de buscar justicia, Mara Campuzano espera llevar a su trabajo nuevos insumos para publicar. No fue dotada necesariamente con habilidades detectivescas (por lo menos las clásicamente asociadas al raciocinio), sino de intuición y la capacidad de preguntar e inmiscuirse en las situaciones. Otra faceta del ser investigador, ni mejor ni peor.
Parte de sus “iluminaciones” y ataduras de cabos vienen de momentos de éxtasis sexual; sin embargo, muchos de esos descubrimientos son casi que llegados del “cielo”. Con esto trato de decir que los lectores a veces no saben de dónde vienen las respuestas, lo que genera un poco de pérdida durante la lectura. Ahora, estas revelaciones se salen del canon tradicional de la novela de crímenes, asociada con hechos reales, y se entienden dentro de un marco casi mágico.

Sobresalen los intentos de feminismo, aunque no tan claros. Estos parten del relacionamiento de la protagonista con quienes la rodean. Hay que tener presente que es una mujer joven que usa expresiones y formas de la segunda década del siglo XXI y que va muy en su “millenial mood”.
Para los que esperan una novela policial con un desenlace espectacular, esta no es la obra. Los hechos descubiertos no son precisamente desentrañados tras una gran movida. El crimen se resuelve con sencillez, sin mucho esfuerzo, más bien con personajes que sueltan todo con facilidad, no como si fuese un verdadero crimen.
No obstante lo anterior, se trata de una lectura ligera que se lleva con bastante humor. El sarcasmo, ironía y gracia hacen que esta novela que tiende al policial sea más bien una obra fresca para reír y explorar.