Arte urbano con sentido. Conversando con Fidel Jordán Castro Cabello

Fidel Castro Cabello. Edición Arte urbano Revista Enredarte

Por: Nataly Bustos Rojas

Fidel corrió hasta llegar a una escuela antigua cercana a unos túneles. El juego con sus amigos se vio interrumpido por un llamado sin voz ni sonido. Él se conmovió por la hoja tirada en el suelo: era un dibujo en técnica pastel. De inmediato supo que ese día quedaría fijado en su memoria. El arte lo había encontrado, lo estaba convocando y no lo dejaría ir. Llegó a su casa en una vereda de Cuba; solo podía pensar en copiar el dibujo. La locura por el arte lo acompañó desde niño cuando tomaba el barro para hacer figuras e incluso cuando a los once años empezó a estudiar la técnica. Hoy con treinta y tres, tras una vida de estudios y experiencias, se consolida en Bucaramanga como uno de los artistas más representativos del arte urbano. 

Su primera misión al pisar tierra colombiana en 2013 fue desarrollar un museo itinerante que recogía, a través de objetos comunitarios y artísticos, la historia de Bogotá. Fidel Jordán Castro Cabello había sido invitado a La Otra Bienal: un proyecto comunitario en el que trabajó estando en la Nevera. En 2016, mientras hacía parte de la fundación Artemisia en Bucaramanga, se abrió la convocatoria para la creación de la Escuela Municipal de Artes (EMA), de la que por cinco años fue director y docente dentro del programa de Artes Plásticas. 

Su mirada se enciende al contar la historia de su primer mural, pues siempre ha considerado que su trabajo debe ser responsable con el contexto social. Narra que fue en un festival de Puerto Wilches donde buscó darle una mirada diferente a las dificultades por las que pasaba una comunidad. Mientras que la mayoría de artistas pintaban de manera literal el fracking y sus desastres en el ecosistema natural, Fidel pintó un hermoso paisaje que sorprendió por la remembranza de lo perdido. Su expresión cambia rápidamente para añadir a la historia su disgusto por cómo se llevan a cabo estos festivales: «Esa es la realidad institucional, hacen un festival, tú como artista vas por tres días a un lugar que no conoces, llegaste al primer día y tienes que estar pintando». Su particular visión se centra en la relevancia que se le resta al proceso de hacer un arte más responsable con la comunidad, menos intervencionista. Para Fidel los artistas deben trabajar en no priorizar el arte relegando a la comunidad, primero deben comprenderlas. Que el arte haga mejor las cosas en los espacios urbanos, ese es su sueño utópico, dice riéndose como si estuviera contando una idea que parece más bien ilusa, lejana de materializarse. 

Bucaramanga requiere, según Fidel, que el artista no solo pinte una pared como su lienzo, sino que su pincel alcance a la comunidad para hacer cambios muy importantes. «Ahí es donde me parece más bella la cosa, que la gente de las comunidades sea capaz de sentir que son importantes para otros; que merecen un reconocimiento; que su barrio, su cultura o sus prácticas sociales son importantes». 

Desde una piscina, una calle, un banco abandonado, hasta una fábrica en desuso, hacen parte de la larga lista de los lugares en los que intervino artísticamente mientras trabajó durante cuatro años en el proyecto Cuarta Pragmática, aunque no sin antes realizar una exhaustiva investigación de lo que había ocurrido en estos espacios. Más al norte de Bucaramanga, en un barrio llamado Bavaria, también se encuentran en las paredes algunos murales de su autoría realizados junto a un amigo, John Medina. 

Para Fidel la manifestación debe considerarse realmente arte siempre que posea una razón de ser en el espacio urbano, es decir, que tenga sentido sobre el por qué se realiza en las calles. «Por ejemplo, no considero arte a las firmas vanas que tal vez hasta dañan un espacio o causan un mal a alguien»; desde su óptica son más bien un juego de egos que traspasa la libertad creativa. ¿Por qué dañar la obra de otra persona?, ¿por qué crear un problema económico al municipio, a una entidad, a un privado?, pregunta el artista para después expresar con vehemencia que el arte sirve para crear consciencia. Si ese tipo de manifestaciones no crean diálogos interesantes en la cultura, sino solo daños, no son arte. 

Para el defensor del arte con sentido, como Fidel se considera a sí mismo, las propuestas de murales y grafitis desde la institucionalidad sirven para que la sociedad en general no juzgué y estigmatice; la visualidad cambia la percepción del público que presencia las manifestaciones artísticas en lo urbano. Fidel piensa que se debe seguir evolucionando en el tema para que no solo sean murales y grafitis los que representan al arte callejero. Hay formas diferentes de mostrar el arte en las calles y para las calles.

«Si las conversaciones son tan importantes, ¿por qué uno no puede ser honesto sin que el otro sea susceptible?». La contrariedad sobre el arte urbano se escucha en la voz fuerte de Fidel cuando alega sobre la falta de una cultura crítica ante lo que se consume, más si se trata de arte urbano. Para el artista cubano la falta de debate y crítica hacen imposibles el desarrollo del tema en Bucaramanga. El conversar y debatir el arte deberían ser tan normales como disfrutarlo. El salir de la burbuja es necesario cuando se trata de deleitarse con el arte urbano: entender que la crítica es tan necesaria en este como lo puede llegar a ser un pincel. 

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