Por: Tita Katherine Otero González – @lasletrasdetita
Este es el viaje de Quibdó hasta Bellavista de una madre y su hijo, de una mujer blanca y un niño negro. De una mujer que sufre un miedo intenso porque la madre biológica de su hijo lo reclame, a pesar de haberlo abandonado siendo solo un bebé. De las constantes preguntas a una mujer blanca en el Chocó, pero también las que se hace a ella misma en medio de este territorio abrasado por la violencia, la pobreza y la desatención.
¿Quién es madre sino la que cría? ¿La que sufre porque el niño desaparece unos segundos? ¿La que lo alimenta con amor? Es también la historia de una mujer que convive con el miedo a la pobreza y a la pérdida de los hijos en manos de la violencia, y la de un niño que tiene varias mamá y la suficiente capacidad para discernir el amor y la amistad.
En una canoa atraviesan el Atrato, una metáfora de las cicatrices que perforan a la sociedad chocoana y a cada uno de los personajes. “Esta herida llena de peces”, este Atrato lleno de personas que lo cruzan, personas heridas y con cicatrices que solo parecen cerrarse superficialmente.
La población del Chocó se describe con imágenes, metáforas y acontecimientos. Su desoladora situación permea el viaje por el Atrato. Pero también sus costumbres y cultura, como las cantadoras con sus alabaos y cantos tradicionales acompañando cada etapa de la vida, hasta la muerte de los niños. ¿Se es chocoano por un distintivo de tono de piel o por el arraigo, por su habitar?
Se escuchan de fondo los disparos, la guerra. Es un ruido sordo latente que envuelve las páginas y que, lastimosamente, se camufla con el diario vivir. ¿Es que Chocó no puede ser visto por un Estado que abandona, que olvida? ¿Dónde queda la protección a la vida? No a secas: a la vida digna.
Este es el viaje por el corazón del Chocó, por el río que sumerge en su destino a los personajes y habitantes. Desgarradora, profunda, hiriente, deslumbrante. Así es “Esta herida llena de peces”.